
Akira Kato—el demandante entrenador japonés, cuya visión del potencial de la mujer peruana comenzó a propulsar a las voleibolistas a nivel internacional. Sus entrenamientos rigurosos al estilo asiático sirvieron para crear una base sólida de fundamentos, y por supuesto, para hacer que las atletas alcanzaran un óptimo estado físico. Akira llegó al Perú por invitación de la Federación Peruana de Vóleibol (FPV) a mediados del ‘65, y estuvo al mando de la selección hasta el fin de los ‘70s. En marzo de 1982, a escasos meses del Mundial de Mayores en el Perú, Akira Kato murió en la ciudad de Lima. El se había encariñado con el Perú y el país ciertamente lo recordará siempre como “el padre del vóleibol peruano”.
El Divino Maestro—el colegio/internado que albergaba a las jugadoras seleccionadas en provincias y traídas a Lima para recibir una educación paralela a los entrenamientos de vóley. Este instituto, por más limitado que haya estado en cuanto a recursos, fue el nido donde se congregaron los mejores prospectos del vóley peruano. Gracias a ello, las jóvenes que fueron seleccionadas podían dedicarse a tiempo completo al vóleibol mientras se desarrollaban en otros campos útiles a su propio futuro. Para un país pobre como el Perú, esta fue una gran ayuda para las jugadoras.
Una vez que Akira Kato logró formar una buena base de jugadoras, las generaciones venideras fueron mejorando cumulativamente. La fórmula de juego que Akira introdujo al Perú fue una fusión del juego rápido de la escuela asiática con el juego de potencia de Europa. La jugadora peruana—que en promedio de estatura no es muy alta—se benefició enormemente del juego rápido asiático, pues así podía esquivar el bloqueo alto de jugadoras físicamente más grandes. Esta fórmula ha caracterizado al vóley peruano hasta el presente, aún después de la muerte de Akira.
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